RSI… y del cuarto nudo (2ª parte)

Si tomas la pastilla azul, fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedarás en el país de las maravillas, y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos… Recuerda, lo único que te ofrezco es la verdad, nada más.

Volvemos con los registros y comenzamos con las metáforas… En el post anterior habíamos visto los registros de lo Imaginario y lo Simbólico. El Imaginario, terreno de las imágenes, de las percepciones y apariencias, en contraposición con el Simbólico, terreno de los símbolos, las abstracciones, y los fantasmas. Allí donde el imaginario es naturaleza, el simbólico es cultura. Del mismo modo, allí donde el imaginario viene representado por el significado o la significación, el simbólico viene representado por el significante. Aparentemente, son dos realidades heterogéneas, cuando en realidad no.

Ambas realidades se complementan y se necesitan entre sí: tal y como afirma Lacan (1956), «lo imaginario es sólo descifrable si se traduce a símbolos«. Y si no hubiese un registro de lo imaginario, no tendríamos nada que descifrar. Desde el momento en el que «nacemos» como individuos diferenciados de la madre, gracias al estadio del espejo, quedamos cautivos a la imagen (especular). No podemos renegar del registro de lo Imaginario porque a él debemos nuestra existencia, a pesar de lo engañoso que puede resultar.

¿A qué me refiero con engañoso? Imaginad que es sábado por la noche, y os estáis preparando para ir a la fiesta de cumpleaños de un amigo. Elegís la ropa del armario, os miráis en el espejo y comprobáis que os gusta la imagen que os devuelve. Al llegar a la fiesta, las presentaciones de rigor, besos, apretones de manos, conversaciones banales y copas de vino para facilitar la desinhibición. «¿Y de qué conoces a Pablo? ¿A qué te dedicas? ¿Quieres otra copa? ¡Qué bien te sienta el rojo con ese nuevo color de pelo!» Y un montón de frases superficiales e irrelevantes. Toda esa situación es imaginario, en el sentido de que lo único que hay en juego es la imagen que estamos dando, la apariencia, el «yo» que queremos vender. En esta situación, no todo es lo que parece, y a pesar de que me esté vendiendo como alguien muy sociable, puedo resultar más inhibido de lo que parece. O por el contrario, puedo parecerte especialmente tímida, y no ser así en absoluto.

Cambiemos el contexto. Un paciente entra al despacho de su analista. Retomando un tema pendiente de la sesión anterior,  el analista le pregunta «¿Qué representa para usted el honor?». Y el paciente busca en su mente el significante de «HONOR» y comienza a volcar en su analista todos los fantasmas relacionados con dicho significante. En este contexto, no hay apariencias que valgan. Hay abstracciones, grandes conceptos, fenómenos que no son observables ni podemos percibir a través de nuestros sentidos, pero que sin embargo poseen un símbolo, un significante con una carga personal distinta de la de cualquier otro. Esto es terreno simbólico. Por regla general, el despacho del analista, el entorno donde se produce la experiencia analítica, es siempre terreno simbólico. El simbólico es el terreno del Otro grande, y es el único registro en el que el analista debe ocupar dicha posición. Por lo tanto, el Simbólico es esencial para el Psicoanálisis.

Ahora, imaginemos otra situación. Estamos en casa, con el pijama puesto y unas cómodas pantuflas, viendo una película mientras disfrutamos de un bol inmenso de palomitas. Ha sido una semana dura cargada de trabajo, y estamos descansando, satisfechos del trabajo realizado y regalándonos (al fin) un momento para nosotros. Parece que nada puede perturbar nuestro momento de tranquilidad, ni siquiera esos vecinos ruidosos de arriba. Pero entonces, suena el teléfono. Nuestro padre nos dice, con la voz acongojada, que el autobús en el que nuestra hermana iba para comenzar un agradable viaje a los Pirineos ha tenido un accidente, y que nuestra hermana ha fallecido. Ya no está. Mientras pensábamos en nuestro bol de palomitas, nuestra hermana dejaba de existir. Antes era, y ahora ya no. Esa sensación, ese vértigo que estáis sintiendo, ese sentimiento de que algo se ha roto… Eso, mis angustiados lectores, es lo Real.

Lo Real es, por definición, lo imposible. Lo imposible de imaginar, de simbolizar, de nombrar. Lo Real está fuera del lenguaje y no se puede integrar en el orden simbólico . No se puede representar, es inconceptualizable e incontrolable. A pesar de ello, lo Real está siempre presente, pero mediado por lo Simbólico y lo Imaginario. El nacimiento y la muerte pertenecen al registro de lo Real. Del mismo modo, lo real es el objeto de la angustia por excelencia. El pintor alemán Schenck supo representarlo de manera bastante acertada con su obra «Angustia», donde muestra a una oveja desesperada con el cuerpo de su cordero muerto a sus pies, mientras los cuervos los rodean. 

En su origen, el ser humano es real. Antes de haber alcanzado el estadio del espejo, el bebé ni siquiera tiene un Yo con el que diferenciarse de la madre, no es un individuo de pleno derecho. En este sentido, el bebé sería la forma más pura del autismo retratado por Leo Kanner. Es a partir de su ingreso en el imaginario (con su imago como «premio» tras superar el estadio del espejo) y tras la inauguración del simbólico (con la adquisición del lenguaje gracias a la primera frustración) que el bebé adquiere el estatus de sujeto. De sujeto neurótico, para ser más exactos.

¿Demasiado complicado? Es hora de jugar con las metáforas. Recordemos la alegoría de la caverna de Platón. Esta metáfora trata de describir cómo se sitúa el ser humano respecto al conocimiento, desde el punto de vista del filósofo. Para Platón, existe el mundo sensible, al que se llega a través de los sentidos; y el mundo de lo inteligible, alcanzable tan sólo a partir de la razón. Parece evidente que el mundo sensible se corresponde con lo Imaginario, y el mundo de lo inteligible con lo Simbólico. Pero falta algo… Profundicemos un poco más en la historia. Si nos fijamos en los protagonistas de la alegoría (esto es, los hombres), podemos diferenciar tres niveles. Por un lado, los hombres que sólo pueden ver las sombras de los objetos, creyendo que esa es la única realidad, constituirían el registro de lo Imaginario. Al ser desatados y poder volver sus cabezas hacia la hoguera, descubren que existe otra realidad diferente a las sombras que acostumbraban ver, lo que se correspondería con lo Simbólico. Y el último nivel lo constituyen aquellos «afortunados» que logran salir de la caverna y ver la realidad inabarcable que se extiende más allá de sus ojos. Esta última representaría lo Real. 

¿Significa esto que nuestro objetivo ha de ser alcanzar lo real? Si parece claro que la verdad se encuentra fuera de la caverna, ¿hemos de tratar de salir al exterior para alcanzar dicha verdad? No, mis queridos neuróticos. La Verdad total es imposible de alcanzar. Por lo tanto, la Verdad es real. Los únicos «afortunados» que logran salir de la caverna y llegar a lo real son los sujetos psicóticos, pero de eso hablaremos más en la tercera parte de este post…

¿Cómo se relaciona todo esto con el análisis, y la posición del analista y analizado? El psicoanálisis intenta mostrar que no todo es Imaginario, que existe un más allá denominado Simbólico, y es ahí donde opera el analista. ¿Dónde se sitúa el analista en la caverna? ¿En el exterior, porque está en posición de Otro grande? De nuevo, no. A pesar de la herida narcisista para algunos, el analista se sitúa en la entrada de la caverna, y desde allí le muestra las posibilidades de las distintas realidades al analizado. Lo libera de la «esclavitud» del Imaginario, pero no lo conduce a la Verdad, porque ésta es inalcanzable (incluso para el propio analista).

Para terminar, y tomando como referencia una de las películas que mejor refleja estos dimes y diretes filosóficos, os dejo con una frase de Morfeo, de la enorme película que es Matrix: «Tienes que comprender que la mayor parte de los humanos son todavía parte del sistema. Tienes que comprender que la mayoría de la gente no está preparada para ser desconectada. Y muchos de ellos son tan inertes, tan desesperadamente dependientes del sistema, que lucharían para protegerlo«. Hasta la próxima, mentes inquietas…

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