DAS UNHEIMLICH (LO SINIESTRO) PARTE II

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Bienvenidos de nuevo a esta habitación en penumbra donde continuamos con la garla de lo siniestro…
Los que se reenganchen por vez primera, naturalmente harán lo que les plazca, pero yo recomiendo un repaso por la  DAS UNHEIMLICH (LO SINIESTRO) PARTE I. 

Y, sin más dilación, nos adentramos de nuevo.

Veamos qué otros escenarios o experiencias convocan lo siniestro. Consideremos el tema de <<el doble>> o del <<otro yo>> en todas sus manifestaciones y desarrollos: desdoblamiento del yo, partición del yo, sustitución de yo… siempre en la línea del constante retorno de lo semejante. El autor O. Rank se ocupó de este tema minuciosamente, en referencia a su relación con el espejo o la sombra, los genios tutelares, las doctrinas animistas y el temor ante la muerte.  

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Este autor estudioso de lo unheimlich apunta a la creación primitiva del alma <<inmortal>> como el primer <<doble>> de nuestro cuerpo, como una medida de seguridad contra la destrucción del yo o como un enérgico mentís a la omnipotencia de la muerte.

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Freud recoge esta tendencia al desdoblamiento y la relaciona con un modismo expresivo del lenguaje onírico, consistente en representar la castración por la duplicación o multiplicación del símbolo genital (hay que tener en cuenta que Freud usa estos términos, a priori de connotación sexual, en clave simbólica: tener-no tener, más-menos, ser-no ser, vida-muerte. Y no literal. Al loro, que por este tema mucha gente retuerce el gesto y, simplemente, se pierde lo bueno). Los egipcios creaban figuras con materiales resistentes a imagen del muerto con este fin, el de perpetuar la presencia de los mortales con estatuas (dobles) que los representaban. Este intento de burlar la muerte es propio delnarcisismo del hombre primitivo y propio también del alma del niño. Habiendo superado esta fase ególatra y habiendo el ser humano evolucionado en los menesteres de la auto-observación, la consciencia y la autocritica, la representación del doble se torna siniestra puesto que lo que antes pretendía asegurar la supervivencia, ahora se transforma en heraldo de la muerte.

Cuando el tema del doble supera estos estratos ligados al protonarcisismo, adquiere nuevos contenidos en fases ulteriores de la evolución del yo. Vayamos un paso más allá, donde el doble se nos aparece en la imagen del espejo o en la sombra. El espejo, ese inocente y emblemático objeto. Refleja casi humildemente aquello o aquel que se le aparece delante. Como quien no quiere la cosa, se nos sugiere todo un mundo a través del espejo. No en vano este elemento ha sido, es y será protagonista indiscutible de innumerables historias, cuentos y relatos relacionados con la magia, lo desconocido, lo siniestro. 

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Quién no ha dado un respingo al pasar por delante de un espejo inadvertido y divisar la figura de ese otro extraño que en un primer momento no es reconocido, pero se intuye extrañamente familiar… Deja en el cuerpo una sensación, cuanto menos, rara. Ah, y qué decir de las leyendas urbanas que parten de una experiencia frente a nuestros reflejos… La mayoría van encaminadas a convocar antiguos y atormentados fantasmas que quedaron atrapados entre los dos mundos, para realizar ciertos rituales con fines de consulta mística o adivinatoria. Entre nuestros fantasmas locales contamos con la famosa Verónica, María la paralítica o alguna que otra desdichada monja. La versión anglosajona es Bloody Mary, leyenda que sirvió de inspiración al relato de Clive Barker, Lo prohibido, llevado al cine con el título de Candyman (1992).

En la cultura popular se cree que los espejos son puertas a otros mundos  y que además de predecir el futuro ofrecían la posibilidad de comunicarse con sus antepasados o dioses.

Nuestro doble del espejo –y el objeto en sí mismo- cumple rigurosamente con los criterios básicos de suficientemente familiar y suficientemente ajeno, para entrar en los VIP de lo siniestro.

Otro gran elemento. La sombra. Aquella fiel y obediente compañera. Nuestra silenciosa e inquietante embajadora en la oscuridad. Aquella que no puede o debe disfrutar del libre albedrío. La sombras que van a la suya, como la de Peter Pan, sugieren un algo siniestro por muy amistosas que se nos presenten. Cuando era pequeña y vi por primera vez la versión de Walt Disney no me hizo ninguna gracia ver cómo cobraba vida y se escapaba su sombra, y mucho menos cuando había que volvérsela coser a a la fuerza. Hay algo ahí que no marcha bien.

Mucho más evidente es el tema de los gemelos/as. Resulta ideal para condensar ciertos aspectos del tema del doble o del otro yo, donde entran en juego otros fenómenos interesantes: uno participa en lo que el otro sabe, piensa o experimenta. Lo que nos lleva, a su vez, a relacionarlo con la telepatía. Con el ejemplo de los gemelos se entiende mucho mejor la idea de la identificación de una persona con otra, pudiendo conllevar a la pérdida del dominio del propio yo, al colocado en otro yo. Son circunstancias que se pueden recrear entre dos personas que no sean gemelas o parientes, reeditando la sensación del <<doble>> (amigas que son uña y carne, grandes parecidos físicos de desconocidos que se encuentran, dobles en lo que se refiere a la personalidad y demás cualidades psíquicas, más allá de las físicas,…)

Me permito el capricho de rememorar unos segundos de este film que no requiere presentación, indispensable y sutil generador de traumas infantiles y colaborador concienzudo en el tópico del yú-yu a los gemelos/as.

Aprovecho para mencionar que puede estar próxima alguna(s) que otra(s) entrada futura dedicada a la obra del tío Stephen -pero es que no sé ni por dónde empezar a cogerlo-. De momento tendréis que conformaros con estas y otras tímidas referencias.

Por lo tanto, tenemos que el doble es una formación perteneciente a las épocas psíquicas primitivas y superadas, en las cuales sin duda tenía un sentido menos hostil. Pero en la actualidad se ha transformado en un espantajo, así como los dioses se tornan demonios una vez caídas sus religiones.

Vayamos a otro tema: La repetición involuntaria de hechos o el factor de la repetición de lo semejante sugiere otro tema de lo siniestro. Freud describe un par de situaciones, una de las cuales experimentó en sus propias carnes: encontróse él de vacaciones paseando por una pequeña ciudad italiana cuando llegó a una callejuela de un barrio de dudosa reputación. Se apresuró a abandonarla por otras calles para, al cabo de un rato, descubrirse en ella de nuevo y luego una tercera vez,  a pesar de sus esfuerzos por alejarse de allí y encontrar el camino de vuelta. Podemos imaginar cómo este retorno involuntario a un mismo lugar produjo sentimientos siniestros al padre de lo neurótico.

Otra situación siniestra supondría el encontrarse un mismo número, el 62, por ejemplo, a lo largo de todo un día en diversos lugares y situaciones, pudiendo figurarnos una especie de mal presagio sobre la edad que no  habremos de superar… De cualquier manera, vemos como una repetición “anormal” de un elemento puede sugerirnos siniestralidad -sin necesidad de ser supersticiosos o religiosos-, donde poco antes pudiéramos haberlo considerado casualidad.

Y, hablando de la repetición, cito textualmente: …la actividad psíquica inconsciente está dominada por un automatismo o impulso de repetición (repetición compulsiva), inherente, con toda probabilidad, a la esencia misma de los instintos, provisto de poderío suficiente para sobreponerse al principio del placer; un impulso que confiere a ciertas manifestaciones de la vida psíquica un carácter demoníaco, que aún se manifiesta con gran nitidez en las tendencias del niño pequeño, y que domina parte del curso que sigue al psicoanálisis del neurótico. Se sentirá como siniestro cuanto sea susceptible de evocar este impulso de repetición anterior. Ahí queda eso.

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Freud sigue con otros tantos ejemplos del campo de la superstición en relación con lo siniestro, como el mal de ojo, donde cita a un nuevo autor: quien posee algo precioso, pero perecedero, teme la envidia ajena, proyectando a los demás la misma envidia que habría sentido en lugar del prójimo, dijo S. Seligmann, estudioso de este fenómeno supersticioso. Esto se explicaría de la siguiente manera: quien tiene algo -y encima es envidioso- siempre estará temeroso de perder lo que tiene a manos de los supuestos envidiosos que no tienen nada y observan su fortuna. El poseedor de la riqueza -sea cual sea- proyecta su envidia y la coloca en los demás, desde donde ahora teme que le lleguen ataques envidiosos y usurpadores. Se supone, por tanto, que tales impulsos envidiosos se transmitirían a través de la mirada, del ojo (en tanto que es el sentido de la vista el que capta la riqueza del otro), para luego retornarle al sujeto en forma de venganza imaginada, pues el que “ataca” con la envidia o con malos sentimientos a otros, espera el mismo trato de los demás hacia él, y teme sufrir venganza ajena por sus actos agresivos. Así, aquello que envidiamos se ha percibido a través del ojo y es ahí donde supongo que, ya de forma metafórica, se establece la relación entre el ojo, la envidia y la mirada envidiosa hasta llegar al mal de ojo. Este tema de proyecciones e introyecciones, de ansiedades persecutorias, de la envidia, la culpa, etc, lo desarrolló minuciosamente la famosa psicoanalista infantil y teórica Melanie Klein. Pero exponerlas ahora supondría reteneros abusivamente, así que puede que en otro post.

El temor al retorno de los muertos es también un tema -siniestro- universal donde los haya. El pensar en amigos o conocidos que hace largo tiempo que no vemos y encontrárnoslos ese día o recibir una carta suya, sueños premonitorios, desearle mal a alguien para descubrir al poco tiempo que ha sufrido una desgracia… Hechos de este estilo y los demás que hemos comentado en esta segunda parte de lo siniestro estarían estrechamente unidos al fenómeno de la omnipotencia de pensamiento, que Freud conecta directamente con una vieja concepción del mundo, el animismo, caracterizado por la pululación de espíritus humanos en el mundo, por la sobreestimación narcisista de los propios procesos psíquicos, y por la técnica de la magia que se basa en la omnipotencia de pensamiento, por las atribuciones mágicas a personas y objetos o por todas la creaciones mediante las cuales el ilimitado narcisismo de ese período evolutivo se defendía contra la innegable fuerza de la realidad.

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Así, en nuestro propio desarrollo, cada persona pasaríamos esa fase correspondiente al animismo de los primitivos (en nuestra tierna infancia), no sin dejar rastros o trazas en nosotros, que seguirían manifestándose en cualquier momento. Y todo aquello que nos resulta siniestro entrañaría el evocar restos de  aquella actividad psíquica animista. En su libro Tótem y Tabú (1913), Freud ya habló de la relación entre el animismo, la magia y la omnipotencia de pensamiento de los pueblos primitivos y sugirió que podemos sentir como algo siniestro ciertas impresiones que tienden a confirmar la omnipotencia de las ideas y el pensamiento animista, aunque nuestro juicio racional esté muy lejos de estas creencias.

Y es que parece que no hemos acabado de abandonar del todo aquellas primitivas creencias -en tanto que protectoras- omnipotentes y animistas. El hecho de que todos somos mortales parece estar muy claro en el discurso de la civilizada raza humana, pero ser conscientes de ello no indica que nuestro inconsciente esté de acuerdo; e igual hoy que ayer, sigue resistiéndose a la idea de nuestro fin, sigue trabajando en mecanismos y artilugios para que, por suerte -y en silencio-, no nos lo acabemos de creer. Como dice Lacan, podemos vivir porque sabemos que moriremos, de otro modo ¿quién podría soportar la carga de su propia existencia? Y estoy totalmente de acuerdo. Aunque también parece claro que si fuéramos demasiado conscientes de nuestra mortalidad, de la fugacidad y relatividad de la vida, quedaríamos congelados, inmovilizados.

Como último ejemplo de lo siniestro, habla también Freud de la epilepsia o las demencias (podríamos incluir tantos otros trastornos psicológicos llamativos) y de cómo se relacionaba en la Edad Media con manifestaciones demoníacas. No sería extraño, pues, que el pueblo percibiera a estos enfermos y sus conductas como siniestras. Por el contrario, tenemos otros lugares y culturas donde no lo serán, ya que consideran a las personas con ciertos trastornos o síndromes como seres especiales con conexión directa a su Dios, poseedores de cualidades divinas que les merecen la admiración y veneración de las gentes. Así, vemos cómo determinados elementos de lo siniestro no escapan, en ocasiones, a menesteres de la subjetividad o la sugestión.

Pero hemos de matizar: no es siniestro todo aquello que fue conocido o familiar y ya no lo es. Tampoco todo aquello que escapó de la represión, o referente a deseos reprimidos o a formas de pensamiento superadas pertenecientes  a la prehistoria individual y colectiva. No todas las historias de muertos que vuelven a la vida son portadoras de lo siniestro. Muchos de nuestros cuentos de hadas hablan de situaciones tales, sin convocar lo siniestro, todo lo contrario. Si no, mirad la dulce Blanca Nieves abriendo de nuevo sus ojos a la vida en su ataúd de cristal. En los cuentos de Andersen cobran vida la vajilla, muebles y demás objetos inanimados. Atención a las parlanchinas flores de Alicia. Todo aquello no puede estar más alejado de lo siniestro.

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Por lo tanto, Blanca Nieves no es siniestra. No pasa nada si muere y vuelve a vivir porque, de hecho, lo deseábamos. 

¿Y por qué la oscuridad, la soledad, el silencio, evocan lo siniestro con tanta facilidad? Porque son factores, como dice Freud, -apuntando ya a una gran conclusión sobre este tema- que indican la intervención del peligro en la génesis de lo siniestro. No hay que enseñar a un niño a temer a la oscuridad. Parece que nos viene de serie. No sería complicado encontrar la respuesta si apuntamos a las épocas primitivas, donde los miembros del clan se agrupaban en silencio por las noches en la oscuridad de la cueva evitando no hacer demasiado ruido, tal vez para no llamar la atención de intrusos y depredadores. Tal vez también sea porque es en la oscuridad donde el niño descubre sus primeros monstruos, pues lo despiertan con extraños cánticos y bailes siniestros del otro lado de la pared. Es lógico que nuestra memoria instintiva y de supervivencia reaccione ante situaciones o elementos que, no hace mucho, tuvieron un significado muy diferente, sugerentemente peligroso.

“Nada tenemos que decir de las soledad, del silencio y de la oscuridad, salvo que éstos son realmente los factores con los cuales se vincula la angustia infantil, jamás extinguida totalmente en la mayoría de los seres. La investigación psicoanalítica se ha ocupado en otra ocasión de este problema”.

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La formulación final, lectores de lo unheimlich, sería que lo siniestro en las vivencias se da cuando complejos infantiles reprimidos son reanimados por una expresión exterior, o cuando convicciones primitivas (que, de hecho, arraigan en los complejos infantiles) dudosamente superadas parecen hallar una nueva confirmación.

Y también: lo siniestro nos ha de informar cuándo se han borrado los límites entre fantasía y realidad, cuándo lo que habíamos tenido por fantástico aparece ante nosotros como real: cuándo el símbolo asume el lugar y la importancia de lo simbolizado…

Para acabar, una corta y por lo tanto injusta mención a lo siniestro en la ficción –fantasía, obra literaria- : jamás será lo mismo aquel unheimlich que el vivenciado en la realidad. Pero cuidado. No hemos de despreciar uno en detrimento del otro. En la ficción las fantasías se dominan, laboran y trabajan, consiguiendo advenir lo siniestro en circunstancias que en la realidad no lo serían. Los interesados en el tema se sorprenderán al encontrar auténticos diamantes negros donde habita esa belleza bruta, estimulante.

Evocar artificiosamente lo siniestro sugiere un delicado arte, ya sea con imágenes, ya sea con palabras. Ahora  mismo me viene a la cabeza -nunca por casualidad- La cámara sangrienta, de Ángela Carter. Esta autora recoge diez cuentos tradicionales tratados quirúrgicamente para extraer el contenido latente y exponer el imaginario inconsciente, transformándolos en bellas narrativas crueles, góticas, de terror. Me permito adelantar que la sexualidad es laheroína de las mil caras en este macabro desfile de cuentos adultos, cosa que me recuerda mencionar esta acertada analogía que la primera parte de DAS UNHEIMLICH sugirió a mi psicoanalista didáctico: lo siniestro es a lo erótico lo que el terror es al porno. Las ilustraciones, de Alejandra Acosta, dan buena cuenta de ello y son la guinda en este festín a oscuras.

En cuanto a todo lo dicho, creo fervorosamente que adentrarse, lo merece. Porque, tal y como tú escribiste en nuestro ejemplar de La cámara sangrienta…

…si no ens aventurem a l’altre costat de l’espill mai no coneixerem els horrors que sostenen les nostres pulsions. Així que, cap a endins.

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