Ser obsesivo (o de las características de la neurosis obsesiva)

Soy obsesivo. No creo que sea necesariamente relevante especificar la estructura de uno, ya que lo considero un tanto exhibicionista, pero con fines de proporcionar un conocimiento más profundo a los lectores de este blog, he decidido expresar por medio de unas breves palabras lo que supone pertenecer a esta estructura. 

Las cualidades más reseñables de alguien con estructura obsesiva son la capacidad analítica, la inteligencia, el uso de la objetividad y el pragmatismo en cualquier situación, y una frialdad emocional que es útil en numerosas situaciones de la vida cotidiana. Sin embargo, y en pos de un mayor entendimiento, añadiré que además, los obsesivos somos un tanto antisociales, pecamos de omnipotentes y tenemos «ciertos» problemas con todo lo concerniente al tema afectivo. Aunque he de reconocer que «ciertos» es un eufemismo utilizado para no afirmar con rotundidad que tenemos un gran problema con los afectos. Y esto sólo es una de las tantas cosas que he podido admitir desde que decidí comenzar  mi análisis personal. Desde mi experiencia, lo más parecido a un obsesivo sería un robot. Fría inteligencia sin ataduras emocionales que entorpezcan el alcance de las metas impuestas, pero también cierta incapacidad para comprender al ser humano, al ser social, como si fuésemos algo distinto, como si estuviésemos hechos de un material diferente. 

El conocimiento de las 3 estructuras -dentro de la neurosis– que existen en psicoanálisis me llegó mientras realizaba mis prácticas en la clínica en la que ahora trabajo. Al principio, al escuchar las características de cada una, no me vi reflejado totalmente en ninguna de las 3, pero de una forma implícita sabía que yo nada tenía que ver con «eso» que denominaban histerias. De modo que terminé por reconocer que tal vez la neurosis obsesiva era la que mejor cuadraba conmigo.

Me costó aceptarlo, sobre todo por la herida narcisista que me provocaba el reconocer esa incapacidad que tenemos en lo social y en lo afectivo. A mi orgullo le gusta más disfrazar dicha incapacidad de elección propia, como si mi Yo tuviera el control sobre ello. Pero nada más alejado de la realidad: somos verdaderos incapacitados en el terreno de lo social y los afectos. Puedo realizar una brillante disertación sobre cualquier obra de Dostoyevski, o leer en cuestión de minutos el último artículo publicado sobre la teoría de cuerdas, pero no me pidas que salga esta noche de fiesta contigo y tus amigos, ni me pidas que te reconforte si estás triste, porque no sé. Es como si esa parte de la que hacéis uso todos vosotros con facilidad, no estuviera presente en mí, como si fuésemos modelos distintos de una misma cosa. Bienvenido a la neurosis, chaval. 

La neurosis obsesiva es lo opuesto a las histerias: prototípicamente masculina, racional, y no entramos en esas discusiones absurdas sobre el tener o no tener falo. Somos obsesivos, y estamos por encima de eso. Observamos desde una posición «privilegiada» como se desarrollan esas disputas fálicas que se dan entre las histerias, a modo de árbitro en un combate de boxeo. Y no nos gusta entrar ni que nos involucren, no nos gusta «ensuciarnos».  

Al contrario que las histerias, nuestro terreno es el de lo simbólico: los grandes conceptos, las ideas, los valores, lo abstracto. Tenemos la capacidad de tratar cualquier hecho apartando su carga emocional, descatectizándolo de todo afecto. Analizamos y estudiamos todo tanto, desde tan distintos ángulos, que en ocasiones deja de tener sentido, y podemos llegar a experimentar lo que se llama una despersonalización: un episodio en el que te replanteas todo, incluso tú mismo, el sentido de tu existencia, de que estés aquí y ahora, y el objetivo de tu vida. Un momento en el que sientes deseos de «tirar la toalla», porque todo ha perdido el sentido. Y no hay cosa que desestructure más a un obsesivo que la pérdida de control. 

Los aspectos positivos de los que se beneficia la neurosis obsesiva es, desde mi experiencia, el uso de la frialdad emocional en situaciones que lo requieren. Por ejemplo, en una situación en la que se requiere una actuación rápida y eficaz, el obsesivo sobresale por su desempeño. Del mismo modo, en cualquier tarea que requiera un esfuerzo a nivel intelectual, el obsesivo se sale de la media. Todo lo que haga referencia al uso del intelecto o la objetividad, son ámbitos hechos a medida del obsesivo. 

Pero de nuevo, aunque se nos llene la boca hablando sobre grandes conceptos o el último libro de filosofía que hemos leído, hay un terreno en el que nos sentimos como verdaderos marcianos, y ese terreno es el de los afectos. La mayoría de las veces, hacemos uso de nuestro intelecto y nuestro pragmatismo para encubrir la indefensión que sentimos en una situación afectiva. Nuestro aislamiento social, nuestra distancia frente a otras personas (incluso con nuestra pareja), nunca se ha tratado de una elección. Lo hemos intelectualizado hasta tal punto, que hemos conseguido convencernos a nosotros mismos de que es una decisión propia, que preferimos no relacionarnos mucho con la gente, que preferimos no entregarnos a alguien porque no necesitamos a ningún otro. Llevamos como estandarte nuestra independencia, cuando en realidad lo que estamos tapando es nuestra ignorancia al relacionarnos con el otro, al tratar con sus afectos o incluso los propios. Reitero: somos robots, intentando participar en un juego del que no conocemos las reglas. 

El obsesivo, del mismo modo que el erizo, intenta protegerse en las relaciones interponiendo una distancia emocional entre sí mismo y el otro. Al igual que el erizo requiere del calor de sus compañeros en épocas de frío, el obsesivo necesita de un otro. Pero entonces el dilema surge: si el erizo se acerca demasiado a su compañero, sus púas y las del otro le hacen daño, por lo que elige mantenerse a una distancia prudencial, para poder beneficiarse en cierta medida del calor, pero sin acercarse del todo, evitando así el daño que pueda hacerse a sí mismo y al otro. El obsesivo realiza el mismo mecanismo: para no sufrir él y no hacer sufrir al otro, mantiene una distancia de seguridad. Por eso nuestras relaciones están plagadas de demandas de nuestra pareja para que nos entreguemos más: nos entregamos lo justo y necesario. El dilema del erizo es también el dilema del obsesivo. 

Mostramos un funcionamiento radicalmente distinto del de las histerias. Sin embargo, lo que hay en el fondo, lo que está presente en el núcleo, no es ni mucho menos ajeno a nuestras compañeras histéricas. En el fondo de todo obsesivo hay presente el miedo al rechazo de un otro. Por esa razón evitamos el contacto y las relaciones muy cercanas, porque suponen una inversión afectiva demasiado arriesgada. Como buenos analistas de situaciones que somos, en el momento de establecer una relación importante con un otro, estudiamos los pros y contras existentes. Y siempre aparece como principal desventaja el equivocarnos en dicha inversión. Porque, ¿qué ocurre si la relación falla? ¿Qué ocurre si esa persona decide abandonar? ¿Qué hacemos con toda esa inversión afectiva y libidinal, que ahora hemos perdido? Es tremandamente díficil para el obsesivo restablecerse, y una vez lo consigue se hace todavía más difícil el que vuelva a darse dicha inversión. Tras un rechazo, nos encerramos en nosotros mismos un poco más. 

En ocasiones me planteo si no seremos la estructura más vulnerable de las 3. Hemos construido unas murallas tan grandes y sólidas en torno a nosotros mismos, llevamos un armazón tan grueso y duro para protegernos de los otros (y para protegerlos a ellos) que si en algún momento un golpe hace una pequeña mella en dicha armadura, el riesgo de que todo se resquebraje es enorme. Y de nuevo, aparece la temida pérdida de control. Tal descubrimiento en mi propio análisis supuso una brecha que alteró por completo mi mundo. No fue fácil aceptar esa parte de mi estructura, y no fue fácil aceptar que no todo estaba bajo mi control. 

Pero aquí estoy, compartiendo estas palabras con vosotros, y descubriéndome ante unos desconocidos. El autoconocimiento es realmente arduo cuando te has pasado toda tu vida convenciéndote de que el mundo se rige por unas normas inmutables que tú has decidido poner. Pero si haces el esfuerzo suficiente, si tienes la fortaleza de espíritu que se requiere, puedes llegar a aceptar que el mundo es tal como es y punto. Y que por mucho que te gustaría, no todo es responsabilidad tuya. En el fondo, todos somos críos intentado encontrar alguien que nos mire y que nos complete. Un otro al que no hacer daño, que nos comprenda como somos y que nos dé ese lugar que hemos buscado toda nuestra vida. Así que, si os sirve de algo, os digo para concluir: soy obsesivo y neurótico. Y aunque en ocasiones parezca que quiero tener el control sobre todo y todos, sé que el mundo va a seguir girando aunque yo no esté mirando. Afortunadamente para mí…

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