Siendo fóbica (o de las vicisitudes de pertenecer a la histeria de angustia)

Soy fóbica, mis queridos lectores. Lo reconozco, a veces con la cabeza bien alta, otras con la boca pequeña, pero es un hecho, y tras mucho tiempo de análisis personal, he conseguido alcanzar una tregua con mi estructura de personalidad. Las cosas que más me distinguen de los demás, las cosas de mí que más aman aquellos que tengo cerca, están ahí por mi condición de fóbica. Y las cosas más molestas, las más desquiciantes, las más desagradables, también. No es un juego de todo o nada, es más bien un continuo de grises, y esa es mi mayor virtud y a la par, mi mayor defecto.

Pero, ¿qué demonios significa ser fóbica? Ser fóbica significa ser amiga de todos y de ninguno. Significa tener un carácter dócil y amigable, y al mismo tiempo ser dura y desconfiada. Significa ser frágil pero inquebrantable. Ser fóbica significa tener mil trajes distintos, pero no saber encajar en ninguno. El ser fóbica es, en sí mismo, una tremenda paradoja

Conocí las distintas estructuras de personalidad cuando fui prácticum en la clínica en la que ahora trabajo. Mi tutor (que luego fue mi analista) nos explicó las 3 estructuras básicas de personalidad (sana) que existen en psicoanálisis: las neurosis. Y dentro de ellas, conforme iba describiendo cada uno de los 3 tipos, no me quedó duda alguna de que yo pertenecía a la histeria de angustia. Recuerdo levantar la mano con una mezcla de orgullo y satisfacción, y afirmar con mi típica cara de no quiero molestar «yo soy fóbica seguro».

Y esto no es una buena noticia, mis ávidos lectores. Tener tan clara cuál es tu estructura de personalidad supone que ya has pasado las suficientes cosas en tu vida como para haber hecho síntoma, haber desarrollado ciertos patrones de repetición patológicos, y reconocer rasgos de personalidad demasiado marcados, demasiado rígidos en tu personalidad. Mi tutor explicó la histeria de angustia y yo me vi descrita como si alguien hubiese seguido mi vida a través de una pequeña ventana y hubiese apuntado mis pasos en un papel. Bienvenida al maravilloso mundo de la neurosis, Silvia. 

La histeria de angustia pertenece al gran grupo de las histerias, junto con la histeria de conversión. En realidad, ambos tipos de histeria no son tan distintos entre sí, pero hay una clara diferencia respecto al posicionamiento que toman ambas respecto al falo y la castración. Los fóbicos somos los «orgullosamente» castrados, los amantes de la carencia, los paladines de la inseguridad, los embajadores del «no puedo, no llego, no tengo». Nos movemos por el mundo haciendo alarde de nuestra falta, llevándola como emblema, y sin embargo anhelando a un otro (una histérica o un obsesivo) que nos acompañe y nos deje resguardarnos bajo su brillo fálico. 

Nuestro terreno, al igual que el de las histerias de conversión, es el terreno de los afectos. Nos sentimos cómodas con las emociones, y eso en ocasiones puede ser nuestra mayor tara. Pecamos de emocionales cuando es necesario ser más racionales, e incluso podemos llegar a perder el control sobre el manejo de las mismas, precisamente por lo cómodas que nos resultan.

No todo son aspectos negativos: las fóbicas somos muy sociables, agradables, confiables, entregadas… Somos la típica amiga a la que se acude para confiarle un secreto, o a la que se llama para pedirle apoyo en un momento difícil. Nos gusta la gente y no nos cuesta nada relacionarnos en cualquier entorno. Podemos ser muy dulces y solícitas, y sabemos exactamente cómo actuar y qué decir para dejar huella en el otro

Pero de nuevo, volvemos a los grises. Somos sociables por necesidad. No nos gusta la gente, necesitamos estar rodeados de gente porque formamos nuestro autoconcepto en función de esa gente. Somos la estructura que mejor ha entendido el estadio del espejo, pero en algún momento lo ha llevado al extremo y lo ha convertido en algo patológico: no necesito que me mire un Otro para estar segura de que existo, necesito que me miren un montón de otros, no importa quién, porque si no, mi yo se resquebraja. La habilidad que tengo para relacionarme con cualquiera ha desembocado en una incapacidad para saber quién soy en realidad. Soy lo que tú quieras que sea, pero, tú cambias en cada momento de mi vida, y he llevado tantos trajes para gustarte, que ya no sé cuál es el mío de verdad. Sin ti, no me reconozco. Pero, ¿cómo voy a reconocerme, si siempre ha de ser a través de ti?

Los fóbicos somos camaleones. No importa cómo sea ese otro, no importa dónde esté, siempre sabemos qué armas utilizar para gustarle. Somos los reyes de la manipulación. Una manipulación inconsciente, por supuesto, pero que no deja de ser manipulación. 

¿Y qué ocurre si no hay un otro al que intentar gustarle? Ah, queridos míos. Entonces, el fóbico deja de ser. Llega el síntoma. Cuando la persona que menos te gusta en el mundo eres tú mismo, la mera idea de compartir un solo momento contigo, se te hace insoportable. Cuando el fóbico está en un nivel muy alto de patología, no importa quién seas, no importa qué plan ofrezcas: el fóbico hará cualquier cosa para no estar solo. 

¿Por qué tanta dependencia? ¿Por qué tanta autocompasón? Los fóbicos estamos rotos. Desde hace mucho tiempo, en algún momento de nuestra infancia, cuando más vulnerables éramos al mundo y a las miradas del otro, sentimos el rechazo. Un rechazo primario, insalvable, abrumador. Un rechazo que no necesariamente fue real, pero nuestra vivencia del mismo fue así, con lo que en realidad no importa si fuera real o no. Lo que importa, como siempre en psicoanálisis, es la vivencia de la persona que tenemos delante. Y los fóbicos nos gestamos a partir de un rechazo. Un primer rechazo que lo originó todo, que nos generó la angustia más desbordante y aterradora que podamos sentir, y que quedó grabado en nuestra psique, en la parte más soterrada, en la de más díficil acceso, en nuestro inconsciente. Y desde ahí nos recuerda esa angustia, nos recuerda ese terror, y nos advierte de que puede volver a repetirse en cualquier momento, y que hay que estar preparado y desconfiar de todo, por si acaso. No hay otra estructura más desconfiada que la fóbica. Aunque parezca lo contrario gracias a nuestras dotes manipulativas, no confiamos en nadie. Nunca nos entregamos por completo, nunca queremos del todo. Siempre lo hacemos con reservas, por lo que pueda pasar después.

Los fóbicos somos inquebrantables. No hay nada que nos pueda hacer daño. No hay nadie que nos pueda romper, porque ya estamos rotos. Todo lo malo que me puedas decir, ya me lo he dicho a mí misma antes. Todo lo malo que me puedas hacer, nunca será peor que ese rechazo que llevo conmigo desde niña. Ni siquiera tras haber pasado por un análisis y haber entendido el origen de mi estructura, ni siquiera sabiendo a un nivel consciente que esa angustia no va a volver, puedo quitarme esa sensación de miedo de encima. Miedo por lo que puede llegar, porque para un fóbico, sólo puede ser malo. Como un hombre enajenado que guarda alimentos en un búnker por si acaso llega el día del juicio final. y mientras espera ese día, el tiempo pasa y su vida se apaga con un tono gris… Los fóbicos somos ese hombre, esperando con miedo a que algo terrible ocurra, mientras el mundo sigue girando a nuestro alrededor.

Pero no todo es horrible, a pesar de lo que estáis leyendo. Como buena fóbica, estoy jugando con vosotros. Os estoy manipulando para que veáis lo peor de esta estructura. De nuevo, no todo son blancos o negros. Afortunadamente tenemos grises. 

Hoy puedo decir, gracias a mi análisis, que soy una de las personas más fuertes que conozco. Si consigo dejar de lado la parte más arcaica de mi estructura, si consigo no hacer caso a mis fantasmas clamando por su ofrenda de incapacidades, entonces puedo alcanzar cualquier cosa. Soy buena para casi todo lo que me proponga. Tengo una sensibilidad especial que me otorga mi estructura y que me permite trabajar muy bien con cierto tipo de pacientes. Tengo varias personas en mi vida que disfrutan de mis éxitos conmigo, y que no alimentan mis fantasmas con inseguridades. Soy dura y aguanto los malos momentos, pero esta vez esperando que mejores tiempos vendrán. Estoy rota, pero gracias a mi analista he conseguido recomponer mis pedazos, eligiendo los que me gustan a mí. Y aunque aún se ven las grietas de donde antes estaba roto, eso no me impide poder mirarme en el espejo y reconocerme, por fin. Como dije en alguno de los post anteriores, por fin puedo verme, y me gusta lo que veo. Incluso me gustan mis puñeteros fantasmas y mis falsas inseguridades, porque al fin sé lo que hay detrás. Y lo que ha dejado esa muñeca rota de antes, es una nueva fóbica con ganas de recuperar todo el tiempo perdido. El enajenado ha salido del búnker por fin, y no importa si hace buen o mal tiempo ahí fuera: lo importante es que está afuera, y que por fin se ha dado permiso para vivir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *